Ballet

 - 5, 6, 7 y... - decía el instructor - primera posición, demi plie, sube, gran plie, sube y relevé, sostén el centro, peso en tu centro, equilibrio, recuerden las manos en primera posición a la altura del pecho, ajusten...

Cada palabra se fue perdiendo entre mis oídos, cada vocal, consonante, mi mente divagaba, no podía contener el dolor, pero no el dolor de piernas ni abdomen, no, el dolor del alma. 

Debo admitir que el ballet es una de mis disciplinas favoritas, se ha vuelto mi madre en lo que respecta a danza y siempre trato de aplicar alguna técnica cuando ejecuto alguna coreografía en escenario. Gracias al ballet he aprendido a controlar mis posturas, movimientos, fuerza, mejorado la agilidad y extendido mi flexibilidad; es la gloria absoluta.

Sin embargo, ¿qué hacer cuando en el momento más bello del día - el entrenamiento - sientes cómo se te desvanece el alma? Como si un súcubo te absorbiera hasta el último aliento para dejarte inerte, estática.

Solo queda seguir, manteniendo la sonrisa ante la cámara, seguir bailando, confiar que ese pequeño cuadro de ansiedad desaparecerá en menos de 10 minutos y seguirás con tu día.

En este caso, no fue así.

Las lágrimas no tardaron en aparecer cuando pasamos a otra rutina, sentí frustración, mis piernas empezaron a temblar, la agitación era mayor, el corazón corría a mil por hora, mientras la mente se inundaba de pensamientos negativos, tan negativos como el mismo ataque de mil cuchillos al mismo tiempo.

"No sirves", "eres patética", "te ves gorda ante la cámara", "ya estás vieja para bailar ballet", "das vergüenza", "apestas", "muérete".

Esas fueron las frases que mi interior en conflicto gritaba mientras trataba de controlar la ansiedad que embargaba mi cuerpo. Me coloqué a un lado para tomar aire y llorar, llorar fuerte y profundo mientras me abrazaba, me trataba de calmar. Tuve que hacerme bolita para sentirme y acariciar mi rostro para saber que estaba en este mundo terrenal y no en el mar oscuro que aún habita en mi interior.

Hago un paralelismo de mi cuerpo y mente con una casa, la casa más bella que puedas imaginar. Aquella cuenta con una fachada increíblemente asombrosa, ventanas amplias para ver todo transparente, colores amigables, un jardín verde frondoso y limpio, y cuando ingresas, es el paraíso  ideal con muebles, almohadas, música, de todo para el deleite de los visitantes y habitante de ese hogar.

Sin embargo, hay una puerta la cual nadie conoce y se encuentra oculta tras muebles, esa puerta da a un profundo sótano, oscuro, lúgubre, lleno de miedos y amarrada ahí, está la salvaje que aúlla en noches de luna llena. 

Solo algunos saben la historia verdadera, han visto y sufrido cómo Ali a reconstruido aquella casa ostentosa valorizada en millones de dólares. Pensar que hasta hace unos años era una humilde cabaña con un pequeño árbol y un pajarito azul que le cantaba todos los atardeceres.

Ahora es distinto, es otra época y Ali debe tomar el toro por las astas para resolver ese último detalle que aún la consume: soltar a la niña herida que yace confinada en aquel sótano y clama por ayuda.

¿Complejo, no?

Y todo eso, gracias al ballet, una pequeña sesión que cambió la perspectiva de una temporada próspera. 

El momento de atender a la niña herida ha llegado, Ali, y créeme que este último paso, no será fácil, pero tienes a miles de personas que te aman y apoyan, que conocen todo lo que has luchado en estos años. La meta está ahí, solo queda avanzar y triunfar.

- Ali


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