La espera

Esa ansiedad que recorre mis brazos y piernas cuando espero, cómo te diviso a través de una calle ruidosa y voy corriendo a tu encuentro. Ese beso enternecedor, tímido, cargado de emociones encontradas que me transportan a una época donde todo era perfección. Un taxi y reposas tu cabeza en mis piernas, acaricio tu cabello crespo tratando de peinarlo con mis dedos, una caricia en tu rostro suave y vibras como un pequeño niño que debe ser amado, te doy un beso en la cabeza, mientras cierras tus ojos y sonríes. Una demostración sutil que aún despiertas sentimientos de ternura y protección en mi ser, este ser que pese a haber sufrido, sigue y es terco en tu búsqueda. Me conversas de tus planes a futuro, de ese sueño de tener una casa propia, de tus mil y un cosas materiales que posees; en cambio a mi, no me sorprenden, solo me atrae la forma en cómo tratas de escudarte tras palabras banales evitando mi mirada. Hemos llegado al lugar, bajamos, caminamos unas cuantas cuadras e ingresamos – previa compra de un sixpack de cerveza – abres la puerta y te dispones a descansar enredado a mi cuerpo. Tengo miedo, miedo de tenerme a mi lado, hablando del mundo, con mil y un de cosas alrededor. Los detalles posteriores me los guardo, no quiero ser morbosa con mis lectores, pero de algo estoy muy segura: aún te amo. De una manera inexplicable y caótica, como una droga incapaz de dejar, eres la medicina que curó todo mi ser y renovó cada espacio destruido.
Ahora, he despertado, todo era un sueño, toco con mis dedos el hueco entre mis sábanas y almohada, no estás aquí, aún no llegas, te perdiste en el camino o tal vez, nunca tomaste el vuelo a la luna. Esta luna, que en primavera eterna espera verte arribar cada atardecer con tu sonrisa perfecta y abrazándome para nunca más soltarme.
¿Dónde estás? Aún sigo aguardando el momento, mientras tanto, ya le encontré el gustito a la espera.  

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