10.9
El
termómetro marcó 10.9 grados, temperatura típica de un invierno
limeño cargado y gélido, algo así como tus palabras, tus gestos,
el adiós, los recuerdos, el corazón. Son 10.9 grados de temperatura
y la madrugada avista una neblina espesa húmeda, los autos no se ven
a lo lejos, mis manos tiemblan, puedo morder aire helado, ¿recuerdas
que amo el invierno? Este año no será la excepción, será intenso – para recordar – estación con temperaturas de
aquellas que te hacen correr de un lado a otro en búsqueda de calor,
de tiritar en medio de la vereda para llegar rápido a un lugar,
¿ahora entiendes porqué amo tanto el frío? ¿Aún no? ¿No? La
respuesta es clara.
Tengo
la esperanza de que exista magia en medio del frío, que se apuren en
llegar, en que corran y me abriguen, que toquen mi puerta, den un
abrazo y mirar el universo desde una perspectiva diferente. Todo
esto lo aprendí mientras usaba pantalones rosas, medias gruesas de rayas, un polo blanco manga larga y estampado de flores, mi cabello rizado aún largo e intacto, mis manos pequeñas, labios rojos como la sangre,
mejillas ruborizadas, ojos negros profundo y llorosos pegados a la
ventana mientras lo veía irse. “¡No va a regresar! ¡Quítate
de esa ventana y ponte a estudiar!”, gritó ella, mientras la lluvia de golpes caían como bombas atómicas. Ni una lágrima cayó. Mi mirada se
perdió en medio del cuarto inmenso, la sala era un campo de batalla,
la cocina ni que decir, solo destrucción, ella sentada a un lado
tomando una pastilla pequeña, y yo, apreciando un universo que no
pedí vivir. Corrí, cerré la puerta, ventanas, cortinas, prendí la
lámpara y quedé mirando una hoja en blanco. Garabatos, líneas
incoherentes, dedicatorias, firmas, corazones, flores dibujadas, un
autógrafo. No sé cuantas horas habrán pasado, solo recuerdo que
tuvieron que tumbar la entrada para verificar si estaba ahí, ella
miró con ojos de desesperación mi cuerpo pequeño y cabizbajo, una
cachetada, un grito horroroso, otra cachetada, marcas en mi mejilla
izquierda, un mechón de cabello largo cayendo tapándolo, terceras personas
quitándola a ella de mi encima, '¡Eres igual que ese, los dos me van a
dejar sola! ¡Me vas a pagar con la misma moneda! ¡Maldita!'.
Silencio, la familia, una conversación en la sala, mi abuela
llevándome a su casa, mi tío enseñándome sus nuevos discos y a
cómo tocar guitarra, silencio.
Han
pasado casi 20 años de ese acontecimiento, aún recuerdo cada
palabra, el perdón llegó tiempo después, ahora ella es otra, es la
verdadera, la que nunca debió y no supo que hacer.
Pese a todo, la amo y a ella le debo la vida.
¿Ahora
entiendes porque amo tanto el invierno? Un invierno me volví Ali,
empecé a construir esta Luna con hojas de papel blanco, en medio del
caos, esperando a que alguien me rescate, me arrulle y me saque de
esta agonía. Fácil deberé esperar un poco más, o siete mil
millones de vidas más, no lo sé.
Mientras tanto, esa niña logró verse al espejo, cogió unas tijeras, sonrió y cortó un mechón en la
parte izquierda de su larga cabellera para tapar las marcas de las
bofetadas, se hizo una cola y caminó por el pasillo rumbo a la sala,
victoriosa, satisfecha, era todo o nada, Ali, había
nacido.
'10.9
grados', temperatura subliminal y perfecta, gracias invierno, eres el
mejor amante que puedo tener.
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